lunes, 14 de enero de 2008

un viaje al encuentro


Una noche de verano no demasiado calurosa, ideal para estar en la calle. Caballito se ve esplendido, salvo por ese grupo de cucarachas que están al costado de la alcantarilla, como simulando una reunión de consorcio. Cuando llego al encuentro veo a lo lejos a mi amiga que tuvo un viaje lejano como yo esperándome con una sonrisa en su cara. Sólo queda esperar en el sano punto medio que las llevará a ver a otras dos.


Los minutos pasan, sale gente de la puerta del Coto de Gaona y Oroño, ninguna es la que estamos buscando. El taxi esperado tampoco llega, nos hace dudar si tenía que venir o no. Quince minutos después de lo pactado, la tercera amiga sale por la puerta, un encuentro de lejos, el taxi llega y comienza la aventura.

El viaje a Ezeiza promete ser extenso, ninguna de las pasajeras del auto conocemos el camino exacto y entre risas y charlas hay silencios por las decisiones del conductor. Uno de los primeros temas es la ausencia del único hombre que iba a ir, irónicamente, el organizador de toda la salida.
Entre palabra y palabra, llegamos a la autopista. Ahí se ve como los edificios se convierten en casas, las casas cada vez más pequeñas comienzan a desaparecer y sólo queda alguna que otra cabaña en medio de descampados sin fin.


El corazón de las tres se para cuando el auto, en el medio de la nada decide parar. Una de las pasajeras comenta que a lo lejos debe haber gente, ya que el cielo está iluminado. Entre los nervios, ese comentario me hizo recordar una charla del viaje de séptimo grado a Tandil, cuando nos explicaron cómo ubicarnos en caso de perdernos de noche en un bosque. El chofer llama por teléfono, pero nadie contesta. De repente un auto aparece con dos caras muy familiares. Los corazones laten de nuevo, ya estamos cerca del destino final.

El camino doble mano se convierte en una calle angosta, el auto que nos guía casi choca por una imprudencia de alguien que va para el otro lado. Al pasar una entrada con vigilancia, y varias manzanas con casas pintorescas, llegamos a la quinta.

Cuando bajamos del auto vamos al encuentro de nuestros guías que nos reciben e invitan a pasar. A la primera persona que vemos dentro de la casa la saludamos con un caluroso abrazo, esa amiga que no vemos tanto. Los perros corretean entre nuestros pies y pelean a su vez entre ellos. El resto de la familia nos saluda y nos invitan a sentar. Lo único que queda ahora es ponerse al día entre nosotras y pasar una linda noche lejos de la ciudad.

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