jueves, 17 de enero de 2008

Recuerdos que no voy a olvidar


Dicen que el tiempo cura todas las heridas, pero, ¿Es así realmente? ¿El paso del tiempo nos hace olvidar todo lo malo que nos da la vida? El famoso duelo no sirve de nada, o por lo menos para mí. Hace un año y tres meses que perdí a alguien muy especial para mí, y todavía se me hace imposible no llorar cuando pienso en ella o alguien la nombra.


Elsa Rivas fue una persona maravillosa. Pasó su vida cociendo y cuidando a toda su familia, a tal punto que no pudo formar la suya propia. Mi tía abuela, más abuela que tía ya que mi verdadera abuela falleció unos meses después de que yo nací, supo darme todo lo que necesite, siempre. Como se dice entre los Simón, ella no me quería, era más que querer lo que sentía por mí, era una pasión. La misma que yo sentí por ella.

Siempre elegante, siempre coqueta. Cuando entrabas a su casa lo primero que podías notar era que en el sillón donde ella pasaba sus tardes había un libro, una radio y una lima de uñas. No necesitaba televisión, sólo una buena lectura y un rato de su mayor compañía, la AM.
Su aspecto era particular. Tantos años de tomar sol dieron como resultado que su piel mate se hiciera más oscura, lo que hacía resaltar sus grandes ojos verdes. Cuando era joven tenía el pelo negro largísimo, con sus rulos. En sus últimos años lo usaba corto pero siempre arreglado. Fue una alarma ver sus canas.

Creo que uno de los motivos de mi dolor al saber que se fue de este mundo fue que me quedaron cosas por decirle. Dudo que no sepa lo mucho que la quería, que la quiero, pero ese fatídico 15 de octubre, irónicamente un día de la madre, ella se fue. Ese día la iba a visitar, aunque no quisiera recibir a nadie.

La depresión la había aislado, el pánico hizo que ya no saliera de su casa. Ya dejada y con una enfermedad avanzada, no se sentía la misma fuerte de siempre. Decidí que eso no me iba a detener, la extrañaba y la quería ver. Los festejos hicieron que las horas pasaran, ese día iba a ir tarde. La muerte me ganó de mano.

El llamado de mi papá me extrañó, más aún cuando me pidió hablar con mi mamá. Cuando del otro lado del teléfono la voz cortada de mi papá me dijo la noticia, muchos sentimientos vinieron a mi cabeza. Luego de la tristeza, vino la culpa.

Culpa de no haber ido, culpa de no decirle cuanto importaba para mí. Todo lo que ella me enseñó, todo lo que ella compartió conmigo. Las mañanas de domingo hablando de todo, criticando, comentando, poniéndonos al día con nuestras cosas. Sus locuras con Antonia, su empleada de confianza, Nelly, su amiga y su peluquera, que le prestaba revistas que me mostraba a mi, con fotos de modelos que juraba eran parecidas a mi.

Creo que este va a ser el posteo más profundo que hice, y que haré por mucho tiempo. Situaciones recientes me hicieron pensar mucho en ella. No poder parar de temblar mientras escribo esto denota mi estado de nerviosismo por decir todo esto. Creo que todos mis amigos saben lo mucho que significa ella en mi vida, pero no creo que nadie sepa realmente lo que me duele todavía no tenerla conmigo.

Los escalofríos no cesan. Dos días después del velatorio, mi papá me regaló la billetera de mi tía, que la siento como mi amuleto de la suerte. Dentro de la billetera estaban los recuerdos de una vida: su documento, su tarjeta de Disco, y una sorpresa para mi, cuatro fotos carnet, dos mías, dos de mi hermana.

No creo que a nadie le interese lo que pasa por mi mente en este momento, o la vida de una persona maravillosa que no conocieron, y que sólo ha sido importante para un grupo reducido de personas. Pero este blog es mi única descarga emocional, y necesito decir que la extraño, y como reza una canción “…ahora sin ti, no me queda más remedio que dejarte ir…”.

No hay comentarios: